lunes, 21 de febrero de 2011

Más allá de un suspiro (I)

-¿Qué? ¿Qué has dicho?
-¿Otra vez? Si es que nunca me escuchas, no sé ni para que me molesto ya.
Ella era de ese tipo de personas que había alcanzado lo que los grandes pensadores consideraban prácticamente imposible, dejar la mente en blanco. El problema era que pasaba más tiempo estancada en el vacío o divagando por planos alternativos, que junto a nosotros.
A veces podían llegar a ser enervantes esos viajes suyos. Sobre todo cuando intentaba contarle algo que, al menos para mí, resultaba importante, y la descubría ignorándome de nuevo. Aunque poco a poco había ido acostumbrándome a esa forma suya de ser.
Una vez decidí preguntarle por ese lugar donde se refugiaba, le pregunte si aquel era un lugar mejor, si era que no existía allí el sufrimiento, si las cosas eran más sencillas allí. Y entonces su respuesta me sobrecogió, me dijo que no, que simplemente eran distintas. Me explico que allí también existía el sufrimiento, que allí también vivíamos todos y cada uno de nosotros, pero que lo hacíamos de una manera más extrema y dura. Me conto que nuestros defectos dolían mas pero en contraposición los buenos momentos tenían más valor, ya que según me dijo para ella la felicidad tan solo era la diferencia entre el dolor y la ausencia de este. Me explico que lo que aquí sería una sonrisa allí se convertía en una sonora carcajada.
Entonces y de golpe lo entendí todo, claro que se escondía en aquel lugar, pero no de las penas y los malos momentos, sino de la monotonía, del gris  que nos había corroído a los demás. Y entonces solo pude envidiarla.

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