martes, 31 de enero de 2017

The wall

Un muro alto y lleno de maleza crecia alrededor de el. De lejos, cuando apenas le conocías parecía que ese muro fuese una cosa normal, la valla que todos ponemos alrededor de nuestra casa.  Pero cuando te acercabas podías observar que no era así,  aquel muro constituía una auténtica fortaleza. 
Aun así a simple vista tambien podías ver que era el tipo de muro que una vez hubieses conseguido saltar no necesitarías escalar nunca más.  Sabias que el que conseguía el derecho a entrar lo hacía para siempre. 
Asique me senté enfrente,  el sitio no estaba mal,  el muro estaba rodeado de cientos de cerezos y decidí hacer lo que un amigo me había recomendado hacia no mucho: sentarme a disfrutar del paisaje dejar que el sol acariciase mi cara y que lo que tuviera que ser simplemente fuese.
Me senté al sol,  saque un bocadillo de la mochila y disfrute de la comida y de la cena.  Entonces ocurrió algo sorprendente vi una cabeza que se asomaba por el muro,  y supe inmediatamente que era el.  Me saludo y yo hice lo propio,  empezamos a charlar, al principio claro está a gritos porque el muro era muy alto y yo estaba muy lejos.  Luego me dijo que para que pudiésemos dejar de dar gritos el muro tenía una ventana por donde podíamos charlar si a mi me apetecía y claro que era así.
Charlamos durante quince días al menos, tan sólo usando la ventana.  Recuerdo que durante esas conversaciones solía quedarme dormida, porque el día había sido muy largo fuera del muro.  Y así sucedió todo.  Una noche me quede dormida como de costumbre y entonces me despertó,  estaba junto a mi,  había salido del muro y me invitaba a entrar.  Sonreí satisfecha pero le dije que estaba agusto aquí,  aunque si no le importaba dejar la puerta abierta por si a la mañana cambiaba de idea.  Y lo hizo.  Dejo la puerta abierta por si yo cambiaba de idea.   Eso me hizo decidirme a entrar,  porque supe que de veras era bien recibida. 
Llevo ya una temporada dentro, lo que me he encontrado no deja de maravillarme,  hay días donde aún salgo a dormir fuera bajo el cerezo de siempre, porque pienso que el lo necesita,  pero nunca más ha vuelto a cerrar la puerta.  A veces incluso el muro me vuelve a parecer una minúscula valla blanca,  incluso si lo miro de cerca.