lunes, 29 de febrero de 2016

Hasta la proxima, Ojos Lindos.


Unos cascos, una sudadera negra y unos pantalones desgastados. Complementando el uniforme un rostro cargado de sarcasmo y una mochila rota llena de falsas esperanzas y muchas ideas de como deberían ser las cosas para funcionar bien. 

Dos enormes ojos verdes, verde esmeralda, verde pasión (la pasión que despertaba en mi); pero jamás verde esperanza, en su alma no había una gota de esperanza. No había ni esperanza, ni fe, ni confianza. No sentía por el mundo ni una gota de amor más de la que el mundo sentía por él. Pero esa maldición cambió en el instante en que nuestras vidas se cruzaron, en ese momento nuestras almas actuaron como dos inmensos imanes impidiéndonos luchar contra aquel enorme magnetismo.

Nos conocimos una noche cualquiera, en un bar sin importancia. Una de tantas noches en que yo había salido a las cinco de la tarde " a tomar una caña y vuelvo para casa". Una de tantas noches en que yo salía con el hombre de mis sueños. Una de tantas noches cualquiera en la que entre en un bar sin importancia con el hombre de mis sueños y salí con el hombre de mis noches.

Él se enamoró de mi forma de mirarle, una mirada que por fin le observaba, una mirada que intentaba comprenderle, una mirada que ansiaba protegerle. Yo me enamoré de sus ojos verdes. Y de su pasión al hablarme, de como aquellos dos ojos verdes brillaban con la pasión de mil fuegos cuando hablaba de lo que le gustaba, cuando hablaba de lo que jamás nadie le había preguntado.

Si ya resultaba obvio que nuestras almas se comportaban como dos imanes no cabía duda alguna de que nuestros labios eran polos opuestos. Recuerdo a la perfección cada milésima de segundo de aquel beso. Húmedo invasivo, ansioso, pero sobretodo increíble, nunca había conectado con nadie de aquella forma, y de golpe cuando me beso todo eso cambio completamente. 

Con aquel beso, el paso a ser adicto a mi, y yo pase a ser adicta a su necesidad de mi. Y supongo que eso fue lo que le destruyó. Creer que tenia posibilidades que yo podía tener un dueño. Pero yo nunca quise nada de eso. Yo solo quería ser dueña de sus noches en vela. Y por el contrario el me nombró dueña de su corazón, ¡a mi! A mi que había nacido sin uno propio. 

Pero debo reconocer que me encantaba la situación. Ser la dueña de su destino, ver aquellos dos ojos verdes clavados en mi cada mañana. Saber que no podía ir a ningún sitio en el que yo no estuviera, y me deje llevar. 

Y entonces me di cuenta que lo había roto. Había acabado con cada segundo de amor que tuviera para mi, jugando a sentirme especial. Y se fue. Una mañana simplemente me levante y mientras liaba su cigarro ni me vio, aquellos ojos verdes habían visto que no le amaba y por la misma puerta por donde había venido, le vi irse. Y a mi solo me quedo una colilla para recordar que había sido verdad que alguien se había enamorado de mi.