miércoles, 21 de diciembre de 2011

Yellow

Respiró  profundo y posó un pie fuera de la cama. La parte buena de que le hubiesen hecho trizas el corazón tantas veces era que ya se sabía todo el procedimiento: primero las cosas irían bien, ella sería feliz con nada y se acostumbraría a esa sensación; después las cosas empezarían a naufragar ella lucharía por mantener el barco a flote pero en un último momento cedería en la idea de que no existía ninguna posibilidad y todo se iría a pique, ella como buen capitán se dejaría hundir con el barco; luego pasaría unos días confusa navegando entre sus tinieblas, entre sus miedos y sus fantasmas. Como hasta esa mañana, no le apetecería salir de su cama para nada, en ocasiones su rutina diaria la obligaría a salir de ella, en otras podría darse el gusto y quedarse fingiendo tener alguna enfermedad.
Esa mañana había acabado uno de aquellos tan frecuentes ciclos. Una vez más todo se había acabado para ella. Ya no habría más besos, más caricias, más cenas a solas o acompañados donde la gente los invitaba como conjunto. Una vez más tendría que acostumbrarse a vivir de forma independiente, a llegar a casa y no tener nadie que la recibiese, a hacer un plan de la nada y no tener con quien compartirlo, a ser simplemente “yo” y no “nosotros”.  
Acabo de posar el pie en el suelo, no encontraba las zapatillas y el suelo estaba realmente muy frio, tan frio como el lado de la cama que llevaba ya unos cuantos días vacio. Le echaba de menos, dejarlo había sido la opción menos dolorosa, era cierto, pero no la opción sin dolor, porque pese a todo aun le quería, no podía parar de pensar como estaría él, le apetecía llamarlo, necesitaba escuchar su voz, estaba harta de que a lo largo de la semana le hubiese llamado todo el mundo para preguntarle como estaba, realmente no quería saber nada de toda aquella gente que no tenía ni idea de nada, ella necesitaba hablar con él, que fuese él quien le preguntase y quien le dijese como se sentía.
Oyó el microondas, saco su café y dio un sorbo, quemaba, echo de menos su risa, aquella que hubiese escuchado cualquier  otra mañana al quemarse con el café, el siempre se reía del más mínimo detalle, era tan alegre y risueño. Se sentó en su mesa, era una mesa redonda sobre ella descansaba un mantel azul con rayas blancas que al cruzarse formaban cuadrados, el mantel era cuadrado y por ello no encajaba nada bien en la mesa. Lo habían puesto cuando se fueron a vivir mientras compraban otro para no estropear la mesa, de aquello hacía ya dos años, no lo habían quitado ni un solo día y por ello estaba lleno de manchas de cada uno de los cafés, copas de vino o demás cosas que les habían ido cayendo. “Ves si esa taza de café caliente te hubiese caído en la mesa de normal la habríamos estropeado, en cambio con nuestro mantel cuadrado para una mesa redonda hemos evitado el desastre”.
El teléfono volvió a sonar, no había parado de hacerlo desde que aquello se habia acabado, no contesto no le apetecía. Cerró la puerta del armario, ahora tenía tanto hueco para ella sola “no, no vas a comprarte otra falda, a no ser que me jures que dormirás con ella, yo ya no tengo donde meter mis camisas y tu no paras de comprarte ropa, es realmente incomodo tener 4 camisas por percha, además a mi cuanta menos ropa traigas más me gustas”.
Vaqueros gastados, sudadera gris y playeros. Se fue, bajo andando, vivía en un segundo y le parecía un gasto inútil usar el ascensor además tenía demasiados recuerdos de él ahí dentro “es una lastima que vivamos en un segundo, siempre quise hacer tantas cosas en un ascensor”
Por la acera se encuentro a tanta gente, el sol brillaba, era tan egoísta por su parte no guardarse ni un momentito por ella. Podia escuchar la risa de los niños y el griterío de la gente a su alrededor, decenas de personas , decenas de personas alegres, decenas de asquerosas personas alegres, decenas de asquerosas personas alegres que no se daban cuenta de su dolor. Vio como se iba su bus, una vez más que lo había perdido “si salieras cinco minutos antes de casa, no tendrías que correr todos los días detrás de ese autobús” Tantas veces le había jurado que empezaría a ser puntual, y luego tantas veces se había entretenido escuchando como él la avisaba de que iba a llegar tarde de nuevo. El recuerdo de su voz, de su risa, de su llanto, de su respiración mientras dormía; todo estaba para ella tan fresco tan reciente y a la vez  tan lejano ya. Tenía tanto miedo de levantarse una mañana y no recordar esos pequeños detalles. “Te prometo que mi risa estará ahí para ti, siempre, toda tuya, siempre tuya, lo juro”. Ruido de teléfonos, de impresoras, gente tecleando, la misma rutina de siempre, escuchaba a una señora protestar no le importaba, hoy su ánimo encaja con el color grisáceo de las paredes. “Deberías buscarte un trabajo más amarillo, este no pega contigo”. 

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