domingo, 18 de diciembre de 2011

Al otro lado del espejo

Hay historias que no llegan a despertar el suficiente interés para ser narradas, y otras qué si lo hacen, pero que preferimos quedárnoslas para nosotros; quizá por egoísmo o quizá por vergüenza. Y otras que nos decidimos a contar a sabiendas de  que no despertarán ningún tipo de rubor en el lector, pero tampoco aburrimiento. Quizá lo que ahora les voy a contar no les guste, pero no se los cuento esperando agradarles, lo hago por egoísmo, porque ya carezco de inspiración, aunque ni siquiera estoy segura de haberla tenido nunca. Tampoco estoy segura de si esta historia es real o no, ni de si me sucedió a mí o la escuche en la barra de algún bar. Pero si sé que me gustó y que decidí apropiármela y por ello la pongo en papel, porque entonces, pasarán a tomarla como mía. Habrá quien crea que me lo he inventado, y quien piense que me sucedió a mí. Pero sea como sea, les enganchará. Por ello, disculpen el engaño, mas, dejen que los guie por él.
Hacía tiempo que ella le conocía, lo había hecho en esa etapa en que la niñez no se despide, pero la adolescencia quiere cobrar protagonismo; aunque nunca había llamado demasiado su atención.  Eran polos completamente opuestos, aunque no dejaban de ser, muy en el fondo, las dos caras de una misma moneda, ambos ansiaban y deseaban lo mismo; pero cada uno lo buscaba por su camino y a su modo.
Él, era la viva encarnación del libertinaje, no hacía nada de lo cual no estuviera seguro que iba reportarle beneficios. Era interesado, e independiente. No existía un vicio en el mundo que él no tuviese, fumaba tabaco y todo tipos de hierbas, bebía desde lo más suave hasta lo más fuerte, dependiendo de la ocasión, pero no había una noche que no se le viese agarrado a un vaso; para ser exactos, solo existía un motivo que le hacía soltarlo, y no siempre; las mujeres. Estas eran su debilidad, su mayor pasión; era un conquistador nato. No existía ninguna mujer hecha para escapar de sus encantos. Todas las  que le conocían, sabían lo que durarían con él; exactamente lo mismo que él tardase en meterlas entre sus sabanas, mas ninguna podía resistirse. Por supuesto que había mujeres que cuando se acercaban a él lo hacían con la idea de ser especiales, de conseguir pasar dos noches seguidas entre sus sabanas, y otras que decidían alargar el momento para con ello alargar su adiós, pero ninguna lo conseguía, él había nacido para el arte de amar. Y lo peor aún, lo sabía.
Tenía la piel clara y el pelo rojizo. Solía llevar esa barba de un par de días, siempre con un estilo casual, pero era imposible encontrar un pelo fuera de su sitio. Sus ojos verdes invitaban a confiar en él, aunque el  sentido común  dijese lo contrario.  Las formas de su cara eran duras, pero sus labios carnosos y sus largas pestañas, tras las que se escondía aquella dulce mirada, hacían sus facciones irresistibles. Era de complexión delgada, pero a través de su camiseta se percibía un arduo trabajo de gimnasio. Solía llevar camisetas de manga corta que dejaban a la vista unos musculosos y torneados brazos. No era demasiado alto, mas no destacaba por ser bajito; mediría alrededor de un metro setenta.
Ella, por el contrario, no hacía nada sin pensar en las consecuencias, jamás dejaba de pensar en el mañana y si algo que realmente le apetecía, podía originarle problemas en el futuro, prefería vivir sin ello a día de hoy. Carecía de vicios, no bebía, si acaso brindaba con vino para no destacar demasiado en las cenas, o con champagne en Navidad, pero ni siquiera llegaba a acabarse esa copa. No fumaba, pero tampoco solía quejarse si la gente lo hacía para no ocasionar discusiones. Tampoco era partidaria de las drogas, mas consideraba que cada uno hacia lo que quería con su vida. Tenía pareja, no obstante, pese a su corta edad, jamás le desbordaba la pasión, y no solía tener gestos demasiado apasionados en público con él. Pese a eso, desde lejos, se sabía que se querían, no podían existir otros dos seres en el mundo que se entendieran mejor, con tan pocas palabras, y que no estuvieran juntos En definitiva, su único vicio era trabajar duro pensando en el día de mañana.
Tenía el pelo castaño, los ojos del color del chocolate y la piel clara, dando lugar a que siempre luciese unos grandes coloretes. Aparte de eso, también destacaban sus labios rojos y carnosos. Su melena ondulada caía por encima de los hombros, disimulando el tamaño de sus senos. Era delgada, pero no solía utilizar ropa ceñida, prefería la ropa cómoda. Era más bien bajita pero no se sentía acomplejada por ello.
Tras muchos años de conocerse pero de no haber coincidido jamás en ningún sitio ni debido a ninguna compañía, el abecedario se empeñó en que debían hacerlo. Por ello, cuando ella llegó el primer día de clase, y se acercó al pelotón que rodeaba las listas, y miró quien se encontraba justo delante en esta, para saber con quién iba a tener que sentarte al menos el primer trimestre, sus ojos se encontraron con su nombre. Sus pupilas se dilataron por la sorpresa, no podía ser, ella, que era la única chica del mundo que preferiría sentarte en el alfeizar de la ventana antes que con él, segura de que le sería más fácil atender desde éste que a su lado, se veía atada a pasar, por culpa de su apellido, los próximos tres meses, si no se convertían en mas, con él. Enseguida sus amigas y otras chicas con las que apenas había hablado la rodearon para alabar su suerte, además, se decía que con todas las chicas que se había sentado había acabado teniendo algo. Sus amigas no podían parar de repetirle la suerte que tenía. Pero ella no estaba tan segura. Es decir, no dudaba de que fuese un chico encantador, y era cierto que no era del todo feo; pero ella iba a clase a estudiar, a esforzarse para el día de mañana, no a hacer amigos y mucho menos a perder el tiempo tonteando con el guaperas de turno. Sin duda ese tipo de cosas a ella no le importaban, estaba demasiado concentrada en pensar en el mañana como para perder el tiempo con sumas tonterías.
Por el otro lado, se encontraba él, que cuando había ido a mirar la lista, se había percatado que por primera vez no tenía ni idea de quién era la chica que iba a tener el placer de compartir su metro cuadrado con él. Decidió preguntarle a sus amigos si esa chica era alguna de esas que se le habían acercado alguna vez en un bar, y por ser ella demasiado fea y no estar él demasiado ebrio, había rechazado. Sus amigos le explicaron que no, que ella era la mejor compañía de pupitre que podía encontrarse un cerebrito de esos que tienen una media por encima del diez. También le explicaron, que era ese tipo de chica que si decidiese acercarse a él en un bar, no tendría que esperar a que llevase un par de copas de más; pero que tampoco lo haría, que él no era su tipo y punto. ¿Así que no era su tipo eh? Él era del tipo de todas, lo único que había algunas que no lo sabían. Por fin un curso apuntaba a ser interesante, les demostraría a los desconfiados de sus amigos que no había nadie capaz de resistirse a él y encima, aprobaría por el morro.
Subieron al aula y se acomodaron en sus respectivos sitios, para más pesar de ella, era al fondo, justo al lado de la ventana. Se sentó para el lado del pasillo y le dejo a él más cerca del cristal. Pese a que no debía gustarle la idea, cuando él se sentó a su lado y sonrió, algo le hizo pensar que igual al final del todo no estaba tan mal, lo cierto es que igual no era tan como todos decían. Él la miro fijamente, sus amigos tenían razón, si se le hubiese acercado en la barra de un bar no le hubiese dicho que no. Se acercó sonriendo, se presentó y le dijo que sería un placer compartir mesa con ella. Quizás podía haber sido algo más cortes o quizás no, pero prefirió  mantener las distancias y contestarle que ella, sintiéndolo mucho, no podía estar tan segura. Él sonrió y fingió que su “broma” había tenido gracia. Ella, le ignoro y se sentó, sin prestarle más atención.
Pasaron semanas y semanas así, él, intentando abordarla por cualquier flanco que creía que se le presentaba ,ella, esquivando los balones como jamás había visto a nadie hacerlo. Él cogió como rutina estar esperándola con una sonrisa, cogerle cualquier cosa que se le caía al suelo e incluso cruzar de acera para saludarla, mas en todo ese tiempo, no consiguió un número de teléfono, una dirección de correo electrónico, ni siquiera una palabra con más énfasis que la anterior, simplemente no existía para ella. Por supuesto, no dejo sus vicios por ella, pese a pasarse las noches apoyado en la barra de los bares contemplando la puerta., para abordarla si aparecía, en todo ese tiempo no dejo de pasear a otras chicas por el pasillo de su casa.
Ella, mientras le ignoraba, siguió con las rutinas de su vida, iba a clase, volvía, estudiaba toda la tarde, y el fin de semana estudiaba más. En sus ratos libres leía, y si le sobraba mucho tiempo, iba a ver a su novio. Hasta que un buen día, su vida, su monótona y constante vida, se vio truncada por el azar. Su novio le dijo que había estado bien todo el tiempo que habían pasado, pero que cada día tenía menos tiempo para él, que ambos debían reconocer que seguían juntos por comodidad, porque no les costaba nada, pero que había llegado el punto en que debían dejarlo. Estaba claro que aquello no era lo que necesitaba ninguno de los dos, no les estaba aportando absolutamente nada. Así que tras una larga conversación, ambos decidieron que lo mejor sería ser tan solo amigos. Esa noche ella decidió salir a tomar algo con sus amigas, no estaba triste porque su novio la hubiese dejado, era que de repente no tenía un plan, no había contado con aquello y no sabía demasiado bien que debía hacer.
Y una vez más la casualidad quiso jugar en su lugar; provoco que coincidiesen en el mismo bar. Mientras él adoraba a una barbie rubia que se había cruzado en su camino, ofreciéndole un gran abanico de planes para esa noche, la vio entrar. Pero por primera vez en todo aquel tiempo, decidió que no sería él quien fuese a hablar con ella, que iba  a ser ella quien sintiese el arduo deseo de acercarse a ser agradable. Las amigas de ella le señalaron a su compañero de pupitre y le dijeron que debía entablar conversación con él. Ella las miró incrédulas y les dijo con sarcasmo, que lo mejor sería que esperase a que él recuperase su lengua. Pese a que sabía que era una locura y una impresionante tontería, pensó en hacerlo, pero ella no era de ese tipo de chicas que se arrastraban ante el tipo de chico que era él; por lo que decidió simplemente acercarse a pedir a la barra, cerca de él y la barbie.
En cuanto vio que ella se acercaba, despidió a su chica rubia y la miro, no es que sintiese nada hacia ella, pero era un reto, su reto. Ella le sonrió y se acercó, él, se ofreció a invitarla a cambio de que por primera vez desde que la conocía se decidiese a charlar un rato. Barajó la oferta, decidió quedarse y aceptar su invitación. Acercó un taburete y comenzó a charlar con él. Primero hablaron de la chica rubia, luego el porqué estaba ella ahí, él no pudo evitar criticar su bebida y ella ignorar su comentario. Pero para cuando se quisieron dar cuenta, estaban completamente solos, ella puso cara de verdadera pena al darse cuenta de que debían irse, pero él, le ofreció un plan alternativo a regresar a casa. Ella se disculpó y dijo que se había hecho demasiado tarde, por lo cual él decidió ofrecerse a acompañarla a casa para que no volviera sola. En el camino siguieron charlando, mas, al acabar la noche, él se dio cuenta de que no había conseguido más que cuatro horas de rellenar vacíos. Ella no le había contado nada de su vida, y mucho menos le había dado señal alguna de que aquello fuese a cambiar en el futuro.
Metió la llave en la puerta y abrió, curiosamente, no pensaba que hubiese perdido la noche, es más, por primera vez se había divertido sin pensar en nada mas, y no había hecho nada malo. Simplemente había pasado la noche charlando en la barra del bar con un compañero de clase, era simplemente eso, pero si realmente era solo eso ¿por qué se sentía tan agitada? Tenía que reconocerlo, lo había pasado bien. Y le había juzgado mal, era un buen tipo, alguien con quien se podía hablar y que, a pesar de las expectativas, no se creía el ombligo del universo. No le había dicho nada y aun así, sabía que él le daba la suficiente confianza como para habérselo contado todo, era raro, nunca se había sentido tan confusa como aquel día, necesitaba un plan y rápido.
La semana siguiente, pese a que él nunca lo hubiese creído, ella volvió a hablar e incluso menciono de pasada que había estado bien y que podría repetirse. Y lo cierto es que así fue, pasaron días y días quedando. Ella se ofreció a ayudarle con las clases, así que comenzaron a pasar las tardes juntos, pero simplemente en calidad de compañeros. Tras un largo periodo así, él se dio cuenta que las cosas no iban a cambiar, se decidió a preguntarle si ella le daría algo, antes de que terminase de hablar, y para sorpresa de él, depositó un trabajo sobre la mesa mientras decía “no debería, pero de acuerdo, cópialo”, él, sonrió a la vez que decía “vaya, ha sido la calabaza más interesante de mi vida”, ella, se sonrojo e ignoro el tema. Entonces él, aceptando que era una misión imposible, se acercó mucho a ella y le dijo “creo que ambos queremos que esto suceda ¿no es cierto?”
Pero ella no tenía del todo claro querer lo mismo que él, por lo que se separó. “No estoy segura de que ambos queramos lo mismo, ¿sabes?” Y se fue.
No podía permitirse ese tipo de errores, no estaban hechos para estar juntos, y ella no quería estar con él, no entraba en el plan, al menos de momento.
Él, por el contrario, no se dio por vencido, no lo había hecho nunca y no pensaba dejar que esta fuese la primera vez. Así que corrió detrás de ella mientras le gritaba que le diese una oportunidad. Finalmente, ella se paró en seco y él pudo alcanzarla. “Tan solo una oportunidad, no te pido más, déjame que te enseñe otro punto de vista ¿vale?” Ella accedió, no sabía el porqué, pero le gustaba la idea de que, por una vez, alguien le dejase ver las cosas desde el otro lado del cristal . Así que en los sucesivos días y coincidiendo con las vacaciones, no se separaron ni un momento. Le enseñó rincones de la ciudad que ella desconocía del todo, sus libros, música y películas favoritas, pero de todo lo que le enseño, lo mejor fue a ser verdaderamente feliz, pensando en el momento y sobretodo, en ella. Gracias a él, comenzó a no pensar tanto en los demás, y a hacerlo un poco más en ella misma.
Y después de todo aquello, cuando las vacaciones habían acabado y con ello su periodo de prueba, se dio cuenta de que aún no había conseguido ni siquiera un beso de aquella chica. Entonces y cuando ni siquiera el mismo lo esperaba, ella le sorprendió, y le enseño las maravillas de trabajar para el futuro, le había costado verdadero esfuerzo, era cierto; pero sin duda era el mejor beso que le habían dado en la vida. Quizás no superaba a otros en calidad o duración, pero si en sentimiento; era el primer beso que daba a una persona a la que realmente quería. En los progresivos días, él se ocupó de verla, y cada día le enseñaba algo nuevo, una nueva caricia, un nuevo tipo de beso o incluso, una nueva postura. Se dio cuenta de que, pese al halo de inocencia que la rodeaba, en el fondo, era tan buena amante como él mismo; la única diferencia era que ella no lo pregonaba.
Pasaron así mucho tiempo, ella le ayudaba a aprobar, él hacía que todas sus noches fueran inolvidables. Y así, juntos, cada uno fue conociendo el mundo que había al otro lado del espejo.
La gente no podía creerse el cambio que estaba teniendo lugar ante sus ojos. Eran la pareja perfecta, se complementaban y ayudaban hasta el límite, conectaban entre ellos como si fuesen un todo. Ambos se habían vuelto a la vez tan el otro que era difícil establecer un límite entre ellos, pero aun así conservaban a la perfección sus verdaderas esencias, aquello que les hacía únicos y envidiados.
Hasta que un día, ninguno de los dos llamó al otro. Ella, llamo al chico con el que había salido tanto tiempo, para decirle que ahora de verdad estaba preparada para compartir una verdadera relación con él. Por su lado, él, se fue con sus amigos de fiesta, a conocer chicas nuevas, ya que hacía mucho tiempo que el continuo desfile femenino que tenía lugar por su pasillo, se había frenado.
Y aquello no duró solo una noche, nadie supo que había pasado, no se conoció una riña, una pelea, algún tipo de discusión o el más mínimo problema entre ellos. Fue algo sin naturaleza, simplemente un día, y de total y mutuo acuerdo, ninguno de los dos volvió a mirar al otro. Fue como cuando una pila se agota, simplemente las cosas dejan de funcionar, sin un fuerte estallido, tan solo con un grito sordo. Supongo que lo que les paso y nadie quiso admitir, es que dejaron de aprender el uno del otro, no tenían nada nuevo que ofrecerse. Y es que a veces cuando uno pasa demasiado tiempo al otro lado del espejo lo que en un principio resultaba llamativo, y extraño, lo que antes era el lado contrario, ahora tan solo vuelve a ser monotonía y aburrimiento, por eso el día en que ambos despertaron sabiendo cual era en ese lado del espejo la derecha y cual la izquierda, se dieron cuenta de que tan solo habían girado la moneda, pero volvían a estar igual que al principio. Para ella, todo aquello no entraba en el plan. Y él, para ser sinceros, jamás se hubiese metido en uno. Por eso no hubo más palabras, simplemente, cada uno, volvió a su lado del espejo.

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